Ironizar la calle desde la rebeldía feminista
Fotografías: Zitouna Auryn/Semana56
Yo no soy libre en tanto haya otra mujer que no lo sea, aun cuando sus grilletes sean muy diferentes a los míos. Audre Lorde.
Mujeres vestidas de prendas de color morado, banderas, cuerpas distintas a la norma, niñas desmontando los cuentos de hadas y princesas, centenares de personas a un solo coro, una sola voz, las calles de Quito y sus paredes frías retumbaban. “Ni una muerta más- Ni una mujer menos”, eran las frases que se gritaban sin parar, sin cansancio, mientras los tambores anunciaban que el patriarcado tenía que temblar.
El 8 de marzo, en Quito y otras ciudades del país como Guayaquil las personas nos autoconvocamos al Paro Internacional de Mujeres, para tomarnos las calles y organizar la rabia en contra de los feminicidios, la violencia naturalizada y dirigida hacia los cuerpos- subjetividades de las mujeres y cuerpos feminizados. La cita para tomarse las calles e ironizarla fue la rabia, primer aullido en contra de un heteropatriarcado que ha institucionalizado la muerte como ejercicio correctivo y reparativo para las mujeres.
Ser mujer, nacer dentro de esta categoría, ser criada y formada desde allí hace pensar al sistema y sus modos operandi que somos vulnerables, que es una condición de subalternidad sin tregua y cancha a la respuesta. Es claro que día a día los feminicidios se traducen en una práctica que normaliza la política de asesinato de mujeres y cuerpos feminizados. La supremacía patriarcal no podría operar sin violencia. Violencias dirigidas, con discursos y cuerpos definidos, aquellos que se definen como escrutables, desechables e imperecederos.
Si bien, María Galindo (2007) dice en su libro que “ninguna mujer nace para puta”, en esta ocasión todxs decimos que, “ningunx mujer, ni cuerpo feminizado nace para ser asesinadx”. Pero, y al final, qué es lo que aniquila el sistema, a la mujer, a lxs cuerpes feminizados, qué hay detrás de esto. En un intento por responder a esta pregunta, encontraríamos una gran telaraña como respuesta de las cuales podría señalar un par de ellas quizás con las cuales también yo, me identifico y mucho.
Resulta totalmente interesante responder a estas preguntas, porque es justo desde la ironía y sus usos que, como feministas podemos invertir los normativos significados de ser mujer. Quiero dejar en claro que, desde una perspectiva deconstructiva de los lenguajes y sus producciones no deberíamos seguir referenciado el término (mujer- mujeres), no obstante, en países donde el asesinato de mujeres es una constante y la reproducción de las violencias también al igual que la criminalización del aborto, el término y la aplicación de los mismos conduce a dilucidar no sólo las cifras, si no la hegemonía masculina sobre unas subjetividades específicas.
La relación entre cuerpo normado—asesinado es lo que soporta en otras palabras la política de asesinatos de éste sistema violento patriarcal; al asesinarnos y sancionarnos intentan exterminar la autonomía, la decisión, la desobediencia a la hegemónica forma de construirnos- e inscribirnos como mujeres, en otras palabras ser mujer, constituir cuerpos feminizados fuera de la norma, es un acto de subalternidad contrahegemonónica. Para quienes la maternidad no es un acto perse, aquellxs que disputan el placer con los (hombres) y lo habitan en su cuerpa, para quienes la respuesta es una brecha a la pregunta y cuestionamiento, para las cuerpas que trans-sitan la noche en medio de faroles opacos y nocturnos, todxs ellxs con sus performances diarios son una clara evidencia de que las que aniquilamos al género y el término mujer(es) somos nosotrxs.
No van aniquilar nuestras existencias tan fácilmente, por ello, las calles son nuestras, la rebeldía también. No nacimos para morir, nacimos para lo que nos da la gana, sentir, creer- crear como quisiéramos, y deseemos. La marcha del 8 de marzo es una forma clara y acción directa para decir que, expropiamos el dolor y el derecho a decidir de (otro) cuando vivir o morir. Usurpamos y denunciamos el andamiaje violento que ubica nuestras cuerpas como vulnerables, ahora más que nunca la disputa por el control de nosotrxs tiene respuesta.
Los tejidos feministas se arman desde la ira, para conspirar desde acciones de múltiples y diversas. La clave está en la manada, habitar en rebeldía y transformar la realidad desde la ira. De allí que, el encontrarnos se convierta en un ejercicio en clave feminista, una metodología sorora y horizontal que nos convoca y junta.
Las actuancias feministas en conjunto construyen una gran telaraña morada que recorre la munda y las calles donde transitamos. El encontrarnos e interpelarnos posibilita el interminable dialogo como ejercicio de reconocimiento y aplicación de la metáfora creativa de, ir más allá.
Marzo, se ha convertido por las lógicas comerciales y capitalista en el mes de la “mujer”, dejando de lado discusiones fundamentales sobre lo que soporta detrás la categoría de género y su funcionamiento en el sistema. Las flores y chocolates no son necesarias ni suficientes mientras las mujeres día a día experimentamos en nuestras cuerpas las violencias como práctica naturalizada. Las flores y chocolates sobran cuando las mujeres día a día deben abortar en condiciones de riesgo a costa de sus propias vidas. De qué sirve las flores y los chocolates, si, la discriminación sexual opera de tal manera que las lesbianas, bisexuales y trans no podemos habitar nuestras cuerpas, deseos y placeres como queramos.
Marchar cada 8 de marzo es una medida urgente para descolonizar al patriarcado y sus prácticas subyacentes, seguiremos respondiendo y armándonos de forma colectiva, deshabitaremos la norma de nuestras cuerpas y usurparemos la libertad robada y expropiada.
Ni Una Muerta Más. Ni Una Mujer Menos.