Observados en tierra ajena
Esos rasgos físicos y esa forma de hablar los delatan al paso. Se los ve en los buses, en las plazas, bulevares, en la construcción o de comerciantes, acostumbrándose a un clima que amanece con un esplendoroso sol y que en cuestión de horas sorprende con un aguacero. No nacieron en esta tierra, pero acá se la juegan.
Llegan de Caracas, de Mérida, de Zulia de todos los estados de la República Bolivariana de Venezuela. Cuando caminan por las calles se reconocen entre sí, con un grito o apretón de manos se saludan, mientras a su alrededor hay gente que los observa. Curiosidad, simpatía o apatía se sienten en las miradas de las y los ecuatorianos hacia una población a la que le tocó migrar y que fuera de casa tiene muchas cosas que aguantar.
Luis Guevara llegó desde la capital de Venezuela, salió por la frontera y como muchos de sus compatriotas se quedó en Ibarra, allí residió cuatro meses buscó trabajo pero no lo encontró, su siguiente parada es Quito, desde las siete de la mañana sale junto a su esposa a vender arepas en el parque El Ejido, estas masitas rellenas de carne o pollo se convierten en el desayuno o abrebocas de la gente que transita por la avenida Patria a toda prisa.
Como en toda metrópoli la gente va y viene pendiente de la hora o concentrada en la pantalla de su celular, pero a ratos alguna persona se detiene para lanzar un comentario “qué haces aquí, vuélvete para tu país”, frases que denigran, que hacen sentir mal. “Nadie sale de su nación porque sí, hay condiciones que le obligan; en mi caso fue la inseguridad, ver que a la gente la matan por un teléfono, asusta”, comentó Luis mirando de reojo a su mujer quien también ha sido víctima de ofensas por el simple hecho de ser venezolana.
La mayoría de esta población migrante son profesionales que ahora no les queda de otra que salir a las calles a ganarse la vida. Francisco Pildaín es abogado y vende donas, él ha sido sujeto de maldiciones. “En una ocasión me subí al bus con mi hija de dos años y medio en brazos, tropecé con un señor a quien no le importó que esté con la niña, ni nada, solo me empezó a insultar”, comentó Francisco quien considera que la bronca no solo radica en el nacionalismo, sino en las condiciones en las que se encuentra el Ecuador, con una tasa elevada de desempleo, donde los pocos cupos que quedan se las tienen que competir cobrando la mitad del sueldo por el mismo trabajo, sin afiliación al seguro y laborando más de ocho horas diarias.
A todo esto viene la impotencia de no saber cómo responder, de temer que los reporten o que les hagan problema, pero hay que darse modos, poco a poco Francisco se ganó el cariño de dos caseritas ecuatorianas que venden mote frente a su puesto en una de las principales avenidas de Quito. Antes le tenían celos por temor a que les quitara clientela, pero ahora se llevan bien y cada que Francisco no va o algo pasa son las más preocupadas por su compañero de calle, pero en ocasiones este proceso de aceptación no se da y el rechazo continúa.
Parecería que una nube cegara la realidad que les tocó vivir a la sociedad ecuatoriana en los años 90, cuando el país se caía a pedazos, cuando miles de familias se destruyeron porque a una parte les tocó salir a España, Estados Unidos o la misma Venezuela como migrantes a trabajar para sustentar a sus hogares desde otra nación.
Por qué discriminar, por qué tratarles mal son las preguntas que se quedan sin explicación. El fenómeno migratorio está y a criterio de la población oriunda parece que perdurará por un tiempo más. Eduardo Febres Cordero miembro de una asociación de la comunidad venezolana en Ecuador enfatizó que hay dos problemáticas en el tema, la primera es una xenofobia naciente y la segunda el orgullo del venezolano, que nunca le tocó migrar del país petrolero y que al rato de enfrentarse a otra realidad, su ego de sentirse superior que otro latino tambalea. Sin embargo, volver a su país no es la mejor opción y comenzar a adaptarse a una cultura distinta es el reto de quienes quieren dejar de estar en el punto de mira y sufir el maltrato por el simple hecho de ser de nacionalidad venezolana.