En busca de una oportunidad
Iniciamos esta cobertura a mediados de 2017. Nuestro interés fue profundizar en la vida laboral de las personas venezolanas que migraron al Ecuador y trabajan en Quito, cómo ha sido su permanencia y qué expectativas tenían. Fuimos al parque El Ejido, después de discutir por casi una hora cómo finalmente abordaríamos el tema, cómo no caer en lugares comunes, por qué acercarnos a sus historias.

María en su lugar de trabajo a pocos días de haber llegado a Quito. Fotografías: Ramiro Aguilar Villamarín.
La primera persona que nos abrió sus brazos para compartir con nosotros su día a día fue María, nombre protegido que usaremos por respeto y pedido a su privacidad. Ella es abogada y educadora de profesión, llegó a Quito a finales de mayo junto a su amiga Maribel y el viaje para salir de su país estaba planeado desde el 2016. Primero pasaron por Bogotá y trabajaron como asistentes de cocina, residieron tres meses que fueron difíciles por la constante y abrumadora discriminación, y por eso partieron para Ecuador. En Quito, María probó suerte en algunas empresas privadas pero su estabilidad laboral no se pudo concretar porque le dijeron que había problemas con su documentación. Pensaba que su visa 12-XI (convenio entre los Estados de Venezuela y Ecuador) le facultaba todos los derechos para que ella pueda trabajar en el país pero ahora comprende que esta no garantizaba nada.

Enero 2018: María junto a los productos que oferta cuenta cómo han sido sus últimos meses en Quito.
Ambas tocaron puertas durante ocho meses en instituciones educativas. También hicieron volantes con el título “se cuida niños, se cuida casas” en espera de que alguien llame y las contrate. María trabajó como niñera y le pagaban 120 dólares mensuales. Sin embargo, luego del primer mes, le dijeron que por su labor, 50 dólares eran suficientes y más tarde la despidieron. Considera que la situación de desempleo que viven las y los venezolanos es aprovechada por patrones que los contratan como mano de obra más barata. Ante la necesidad, donde sea que haya una oportunidad, estos migrantes trabajan en lo que sea, aunque les paguen mucho menos de lo que deberían.
El parque El Ejido, ubicado al centro norte de Quito, se ha convertido en su lugar de trabajo. María y Maribel venden empanadas y arepas desde muy temprano. Cada día se organizan para ganar 20 dólares. Al inicio, con la venta, invertían entre ocho y diez dólares para volver a comprar los ingredientes, ahorraban cinco para el arriendo mensual y gastaban tres para comer. Los dos dólares restantes depositaban en una caja común para enviar a su familia. Sin embargo, en octubre del año pasado, enviaron los últimos diez dólares a Venezuela. Ahora les alcanza sólo para el diario.

Maribel, compañera de camino y trabajo de María, atenta a cualquier transeúnte interesado por una arepa o empanada con café.
La clave de la venta está en quedarse en el mismo punto. Esto aprendió de sus compatriotas que ya tenían más tiempo comerciando en el sector cuando ella recién llegó al Ecuador. No obstante, su venta ha disminuido por el aumento de la migración venezolana hacia Perú y Chile durante noviembre y diciembre de 2017 y principios de este año. Calcula que aproximadamente 50 comerciantes que trabajaban ambulantemente en El Ejido ya se fueron para el Sur.
Al conversar sobre su futuro, María nos cuenta que llora todos los días porque no es fácil, que llorar también es parte del aprendizaje. No piensa regresar a su país durante algún tiempo. Afirma que la crisis económica no terminará si cae el gobierno, tampoco si hay un periodo de transición; para que Venezuela se levante tendrán que pasar algunas décadas. Quiere traer a su familia una vez que obtenga estabilidad laboral y económica, pero su sobrino se adelantó y llegó al Ecuador hace un par de meses. Él toca música en algunas calles aledañas al parque. Maribel, por otro lado, pudo traer a su esposo con una parte del dinero que ambas enviaban. Solicitó la condición de refugiado en el país antes de los 90 días de arribo, y ahora recibe un bono de 25 dólares mensuales que les ayuda a todos para los gastos.

Dos empanadas por un dólar. Con el tiempo se dieron cuenta que los costos de producción junto con el costo de la vida en Quito, justificaba un precio mayor.
Cuando María recién llegó a Quito, creía firmemente que pronto conseguiría trabajo porque sus papeles estaban en orden, aunque esa posibilidad es cada vez más lejana por la falta de oportunidades. Además, la viralización de ciertos videos en redes sociales aumentó el número de incidentes relacionados con xenofobia que han afectado directamente a las y los venezolanos. Desde la circulación de estos videos, ella no entiende porqué debe pedir perdón cada vez que atiende a sus clientes, por qué sus compatriotas lo hacen si ellos no dijeron nada, si ellos han laborado honestamente con esfuerzo. A partir de esto, consideró como opción irse a Perú ya que, según le han informado, allá son más receptivos respecto a la migración, pero no pierde la esperanza de encontrar un puesto que valore su profesión.
Conocimos a Héctor y Natán gracias a María. Héctor vendió comida en El Ejido hasta diciembre. Durante casi un año trabajó en las mañanas ofreciendo arepas y al medio día almuerzos a un precio económico. Todos los días preparaba dos variedades de menú. Logró traer a su familia, esposa e hijos, pero decidieron ir a Perú antes de fiestas de fin de año y empezar de cero. Las ventas disminuyeron y consideró que aquel país le prometía mejores posibilidades.

Natán, venezolano que llegó a Quito hace más de dos años, narra lo duro que ha sido para él ser comerciante, a pesar de tener un título profesional.
Por su parte, Natán se quedó en Ecuador. Llegó hace tres años y es chef. Para él, sus primeros dos años aquí fueron muy complicados. Empezó a vender chaulafán en El Ejido a un dólar. Luego trabajó en una cadena hotelera de prestigio en Quito, lavando platos y limpiando pisos. Después, cocinó en las noches durante casi cinco meses en el área de repostería y preparación de comida italiana. Según su contrato, trabajaba de 18h00 a 23h00 pero por ser inmigrante, aceptó hacer horas extras sin remuneración, ganando un total de $650 por sus servicios durante todo ese tiempo. Experimentar como profesional de la cocina en otras provincias lo motivó a legalizar sus papeles lo antes posible y dedicarse a su profesión porque regresar a su país natal por el momento, no es una posibilidad.
Si para el profesional ecuatoriano está difícil, más para el profesional venezolano.

Amigos y parientes de Natán trabajan juntos para sostener este negocio.
Sueña con traer a toda su familia, en especial a su hermano con quien tiene una relación muy estrecha y por quien aguantó malos tratos y discriminación en repetidas ocasiones. Esto lo motivó a emprender la venta de comida rápida y lo logró gracias a la ayuda de un amigo ecuatoriano que le rentaba un camión. Así nació “El Rey Food Truck”, negocio que es actualmente de su propiedad y le ha permitido dar trabajo a sus amigos que recién arriban. Su objetivo principal fue tener un poco de estabilidad hasta que su hermano llegue para que no tenga que pasar por las necesidades que él sufrió, mucho menos ahora que considera que vivir en Quito es costoso. Para él, la dificultad del inmigrante es no entender que al vivir aquí, se gasta en dólares y esto resulta caro aunque la conversión de la moneda sea atractiva por la diferencia significativa a bolívares.

‘El Rey Food Truck’ ubicado a las afueras del casco urbano de Quito, vía a La Mitad del Mundo.
La situación en el Ecuador es complicada por la falta de empleo y la subida de precios a causa de la crisis económica que vive el país. Natán está convencido que “si para el profesional ecuatoriano está difícil, más para el profesional venezolano” Por esta razón, mejorar el servicio de comida de “El Rey Food Truck” es su objetivo para crear una marca e identificación en el mercado. Él tiene su puesto a la altura de la urbanización “Dos Hemisferios”, vía Mitad del Mundo, al norte de Quito. Opera ahí porque la presión de la policía metropolitana se ha agudizado. Actualmente lidia con algunos vecinos de este sector que, aprovechando la clientela, quieren imponer nuevos espacios de venta porque consideran que ellos tienen más derechos, incluso amenazándolo con llamar a los policías. La vida de migrante le ha enseñado que no todos los venezolanos son iguales y que tampoco todas las personas ecuatorianas lo son, porque son más quienes le han tendido una mano y han valorado lo que hace, que las personas que le han dicho que “viene a quitar trabajo”.
Sabemos que las historias atrás de cada persona que migra esconden tristeza y nostalgia. Durante esta búsqueda de testimonios, los sentimientos encontrados fueron fuertes al momento de entrevistarlos y llegamos a la conclusión de que no podemos entender al 100 por ciento su situación porque la realidad de Venezuela, como ellas y ellos mismos han dicho, “hay que vivirla”.