Los trazos de una trenza y un puño

Fotografías: Valeria Navarro
Una cabellera negra recogida en cola es envuelta por una cinta de colores que recorre toda la espalda de una mujer, su melena color azabache deja observar parte de su cintura y hombros desnudos, su piel exquisita no es blanca, ni morena tiene una tonalidad a tierra seca, pero la textura de seda. Las puntas lacias se liberan del peinado y con sutileza rozan la parte superior de donde empiezan a formarse sus glúteos. Ese cuerpo joven robaba miradas e irrumpía el imaginario de quienes observaban la pintura de una indígena fuera de los lugares comunes que la historia le ha encerrado.
Aquel cuadro se expuso hace varios años en el Centro de las Artes la Ronda y cuestionó un concepto de lo que se ve y exhibe en los museos. En el 2018, los ancestros vuelven a revivir su origen y presencia esta vez en el Centro Cultural Metropolitano de Quito (CCMQ).
Trazos y color
Caras, solo caras se visualizan en una de las salas llena en su mayoría de cuadros pequeños, los ojos de esos rostros miran en distintas direcciones y sus espectadores guardan silencio para contemplarlos, sus pintores son mestizos, ninguno indígena, pero lo que se dibujó desde 1910 fue una ruptura, los artistas empezaron a incluir en la estética a la gente del campo. En ese tiempo ver al indígena representado en una obra de arte era cosa rara.
Parecería que la educación cambió, que somos más inclusivos y tolerantes con el otro y que la exposición DESMARCADOS invita a la reflexión, pero no. En medio del silencio se escucha cada dos pasos un sonido raro parecido a un suspiro con desgano, “ufffffff”, una muchacha comienza a jadear como toro, “ufffff” desprecio, “uffff” fastidio, pensar que un sonido puede transmitir tanto rechazo.
A la señorita no le bastó con quejarse y empezó a calificar de borrachos a la gente que era representada en los cuadros. Como era de esperar ni bien comenzaba el recorrido por la muestra pictórica se aburrió y se fue. Menos mal no terminó de arruinar el día a los otros presentes. Tras pasar esta escena en el mismo piso, a pocos metros el panorama cambia, el color calma el malestar y los enormes lienzos que ilustran las Bellas Artes en la que el indígena era su principal protagonista toman fuerza. El pintor Camilo Egas es quien en 1915 enaltece a las comunidades explotando de ellas toda la riqueza de su cultura para impregnarlas en óleos.
Rosas, tejidos, canastos, faldas, todo da vida a las composiciones, pero la expresión artística de esta etapa fue criticada por varias organizaciones de izquierda debido a que estas no reflejaban una realidad social que asediaba a la población.
Manos de roca
Un rojo intenso decora una pared central en la siguiente sala, en ella se observa a un hombre de espaldas flagelado, con sus manos atadas, no es Jesús del film “Pasión de Cristo”, es un indígena observado por personas que llevan diversas máscaras. La curiosidad de los espectadores llama la atención de un joven que deambula de un lado al otro a paso lento por todo el salón, sin pensarlo dos veces el chico se detiene a una corta distancia y con una voz grave hace una invitación que paraliza el tiempo para tomar en cuenta un detalle de la pintura.

En este cuadro hay dos manos izquierdas en representación de la influencia de este pensamiento político
– “Fíjate en las manos. Lo ves, la de la izquierda forma un puño, en forma de resistencia”, comentó.
Exactamente lo que dice Arturo Rueda, guía del centro de arte, es algo que no se puede escapar, en este espacio todo tiene un contenido político marcado, nada está demás. A partir de los años 40 la representación del indígena toma un giro, lo bonito se deja de lado para enfocarse en las condiciones de vida de las comunidades. En manos de Eduardo Kigman, Germania Paz y Miño, Diógenes Paredes, Oswaldo Guayasamín, entre otros quedan las denuncias.
Un día no es suficiente para percibir a minuciosidad todo lo que en la fase de Realismo Social se intenta comunicar. Por segunda ocasión se realizó un recorrido, esta vez junto a Raquel Arias, profesora de arte, ella considera que todas estas pinturas vienen cargadas de protesta y reivindicación de los trabajadores indígenas.
-“Mira sus manos, parecen de piedra”, indicó.
Raquel señaló esas dos herramientas de carne y hueso de cinco dedos cada una con la que se produce todo, por ello sus callos en las palmas, su hinchazón, y dureza porque con ellas toman el azadón, recogen el cultivo, pescan, transportan el agua, el carbón.
Las mujeres de trenza se destacan en varias obras con la espalda encorvada en unos 75 grados, apegando sus nudillos a un trozo de tela a la que frotan constantemente con abundante agua y jabón contra una gran piedra para que salga el sucio de la ropa que se va a vestir.
Ellas que con su ternura rebuscan entre el cuero cabelludo de sus guaguas a esos insectos sin alas que se intentan esconder en la cabeza para alimentarse de la sangre de los pequeños, son las madres indígenas que entre sus uñas atrapan a estos seres que perturban a sus hijos.
-“Este es mi favorito”, agregó
De los colores se salta a una serie de grabados a blanco y negro. En materiales pequeños los artistas trazan figuras que terminan construyendo escenarios con paisajes que no son de adorno, sino, que representan el lugar donde el indio ejercía su oficio tradicional.
-“A diferencia de la pintura, los grabados sirven para realizar una producción masiva de la obra”, puntualizó.
Raquel quedó fascinada al ver sobre una de las vitrinas libros, revistas, hojas volantes, elementos en los que estaban impresos estos dibujos que complementaban a los textos de las diferentes organizaciones sociales que hacían un llamado a la defensa de los derechos de los indígenas. El sindicato de artistas fue clave en este proceso de difusión del pensamiento que daba voz a los siempre catalogados como los ´otros´.
-“Para ellos el pueblo era su obra de arte”, enfatizó Raquel.
Un piso más
En la tercera y cuarta sala se exponen instrumentos musicales, disfraces de las fiestas populares, tejidos, vestuarios, toda la riqueza cultural de las distintas comunidades de dos de las tres regiones, sierra y Amazonía.
En medio de las fotografías de las personas de distintas zonas del ecuador vistas desde el exterior como exóticas, colores pasteles pintan la normalización de una labor que no se desmarca, que es real, que en las construcciones o en los mercados se ve, ellos son los cargadores.