Una noche en la Casa del Árbol
Texto: Javier Izquierdo
Como suele suceder, las mejores cosas en la vida son las que se encuentran por el camino, inesperadamente.
Habíamos recorrido varias opciones de hospedaje en Mindo, bosque húmedo ubicado a 80 km al noroccidente de Quito, sin que ninguna nos convenza del todo o tenga espacio. Aunque en un lugar como este -aún lejos de convertirse en algo masivo, sin vuelta atrás, como ha sucedido con otros paraísos naturales en Ecuador- encontrar un lugar apacible sin demasiada planificación todavía es posible.
Estábamos buscando un hospedaje cuyo nombre remitía al Río Mindo, recomendado por la recepcionista de un conocido spa que estaba lleno, cuando, sobre la Vía a las Cascadas, a 2.5 km del centro poblado, vimos el sencillo letrero pintado a mano, “El Edén Treehouse”

Fotografías: Dounia Sadaoui
A la entrada nos recibió Doña Olga Orozco, quien amablemente nos ofreció espacio en una construcción de dos pisos que miraba a una especie de valle lleno de verdor. No había duda, la sencilla cabaña en el segundo piso -que contaba con una cómoda terraza sobre el valle- tenía la mejor vista que habíamos encontrado hasta entonces.
Luego de dejar nuestras cosas, tomamos un refresco en el mirador de pájaros, espacio creado por Doña Olga para dar de comer a las numerosas aves –sobre todo colibríes, pero también tangaras y si se tiene suerte, tucanes- que hacen de este lugar un paraíso para los ornitólogos (y cuya idea es que se mantenga con las contribuciones de los mismos).
Como habíamos llegado en la tarde, todavía estábamos a tiempo para una de las principales actividades incluidas con el hospedaje: la caminata nocturna guiada.
Los guías resultaron el esposo y el hijo de Doña Olga, confirmando que se trataba de una pequeña empresa familiar. Durante el recorrido por varios senderos, iluminados únicamente por linternas y guiados por el padre de familia oriundo de la zona, descubrimos al famoso “Olinguito”, una especie de gato-oso, quien sólo sale de noche, a las pequeñas mariposas que cambian de piel sobre los árboles y a un misterioso tronco fosforescente, entre otros hallazgos inesperados (nos quedamos con ganas de ver la serpiente que nos habían preparado como sorpresa, y que se había “escapado” poco antes de la caminata).
En algún punto, continuamos el recorrido con el hijo, Alexis Arias, de 19 años, quien, con la elocuencia de un científico, nos iba relatando las actividades de las especies noctámbulas. Se notaba que, aparte del conocimiento adquirido en el terreno, el chico había hecho su investigación sobre la biodiversidad presente. Luego nos contó que, junto con su familia, había vivido cerca de 12 años en Bélgica, y que habían vuelto hace poco con el sueño de abrir un hostal diferente en las tierras de sus ancestros.
Durante el paseo nocturno, vislumbramos por primera vez la casa que da nombre al lugar. A 16 metros sobre el nivel del suelo, y en medio de la espesura de la selva, la alta cabaña de madera parecía un buen lugar para pernoctar, aunque esa noche estaba ocupada. Nos contentamos con contemplar su arriesgada construcción sobre la noche estrellada -después nos enteramos que la familia planea construir una casa similar, pero de cristal para ver las estrellas- y de arreglar nuestra estadía allí para la noche siguiente.
Luego de dormir en esta casa perfectamente aislada en las alturas del bosque tropical que intensifica sus sensaciones -el ruido de las ramas de los arboles, el movimiento de la cabaña con el viento, los cantos interminables de los pájaros- no se puede más que recomendar esta experiencia que, además, estimula la curiosidad con preguntas como, ¿qué pasará con la casa cuando las ramas del árbol que la atraviesa crezcan?
La respuesta de Doña Olga a la mañana siguiente nos sorprendió.