Texto: Cristina Burneo Salazar y fotografía: María Verónica Lombeida Saltos
Sectores amplios en todo el mundo han hecho de la institución “matrimonio” un territorio de intervención política, como ha escrito la filósofa feminista Nelly Richard: un territorio de intervención política como el matrimonio constituye hoy un campo de fuerzas ahora puesto en disputa desde la disidencia sexual. Muchas personas sexualmente desobedientes ven el matrimonio como una posibilidad para ampliar sus derechos, y si quieren usarlo, ahora pueden hacerlo.
Entiendo bien que debemos mirar de manera muy crítica la institución matrimonio en sus formas históricas de sellar alianzas en pos de la acumulación de tierra; para perpetuar la endogamia por casas y apellidos “puros”; para tapar violaciones y mantener a salvo un sinnúmero de secretos de familia. Por lo menos en cincuenta países del mundo son legales los matrimonios forzados que legitiman la violación a niñas que pueden ser vendidas por sus familias, traficadas, intercambiadas por animales, enseres o tierras. Dentro del régimen político de la heterosexualidad, escribe Paul B. Preciado en Un apartamento en Urano, “el matrimonio era la institución patriarcal necesaria para un mundo sin píldora anticonceptiva, sin mapa genético y sin test de paternidad: cualquier producto de un útero se consideraba de inmediato propiedad y cautela del pater familias”. Así se organizaban las formas de tutela que hoy están siendo seriamente fracturadas.
Al mismo tiempo, y vía el matrimonio igualitario, nos vemos ante una diversificación del sentido de este contrato: es disputado hoy en decenas de países de todo el mundo para obtener derechos de acceso a la salud, para regularizar a personas migrantes, por herencia o para hacer posible la adopción de los hijos de uno de los miembros de la pareja o la adopción a secas. Esta no debería ser fuente única para estos derechos, es verdad, pero existe hoy como posibilidad.
El matrimonio podía ser también una “táctica de débiles”, pero táctica al fin. Mientras edito este texto, tengo el privilegio de hablarlo con Alejandra Ciriza, feminista histórica argentina y sobreviviente del exterminio de la dictadura argentina. “Nosotros nos casábamos conociendo la precariedad de la vida: si nos llevaban a la cárcel o nos desaparecían, el matrimonio nos permitía asegurar que alguien más tuviera la custodia de nuestros hijos. La libertad burguesa permitía pensar contra el matrimonio. Las personas subalternas hacíamos como podíamos con lo que había.” El matrimonio para contrarrestar en algo la vulnerabilidad dada por un régimen político criminal dado por la desaparición forzada.
Vemos así la tensión importante que se produce al mirar el matrimonio como una institución atávica y legitimadora de la violencia, como una táctica contra la vida inerme y como una vía emancipación y visibilización al verse inscrito en luchas de desobediencia sexual.
Queremos pensar también en los efectos simbólicos de un hecho jurídico como este: el debate público y, con él, la posibilidad de hacer en su visibilización más dignas miles de vidas que sufren daños por la homofobia y la ignorancia; la consolidación de la familia diversa; la adopción, la existencia libre. Ni el amor ni el deseo pueden ser administrados por el Estado ni este ha logrado mantenerlos cautivos, por suerte, pero en su momento, hace algo más de cien años, el matrimonio civil para hombres y mujeres también constituyó progresión de derechos respecto del matrimonio eclesiástico. El divorcio libre para las mujeres fue una conquista feminista, también emancipatoria, que resquebrajó la sagrada unión. Podemos estar en contra del matrimonio desde nuestro privilegio heterosexual y desde distintas posiciones políticas respecto de la institución, pero nos alegramos con quienes se hacen con ella en esta conquista disidente que hoy nos da tanto aliento.
Los sectores conservadores hablan de un daño social que viene con esto, como si se tratara de un acontecimiento apocalíptico que atentará contra la familia y la niñez. Estoy segura de que una niñez que mira estas conquistas será más libre y más feliz. Leo otro pasaje de Paul B. Preciado. En él, desde su desobediencia sexual, escribe desde su propia niñez: “Los defensores de la familia invocan la figura política de un niño que construyen de antemano como heterosexual y generonormado. Un niño al que privan de la energía de la resistencia (…) ¿Quién defiende los derechos del niño diferente? ¿Quién defiende los derechos del niño al que le gusta vestirse de rosa? ¿Y los de la niña que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Quién defiende los derechos del niño homosexual, del niño transexual o transgénero? (…) Tuve padre y madre, y, sin embargo, no fueron capaces de protegerme de la represión, del oprobio, de la reclusión ni de la violencia.” Esa sería la mayor tragedia para la niñez: ver repetida la opresión que vivieron quienes les anteceden, no poder crecer libremente y ver a sus padres buscar la anulación de su propia vida.
Mañana habrá más familias más diversas, más parejas que podrán adoptar niñas y niños desechados al nacer por la gente que se llama a sí misma provida. Mañana, más niños y niñas tendrán padres y madres que les hablarán sin tabúes, con justicia, y que por eso harán sus vidas más dignas y seguras. Ese mañana empezó en verdad hace décadas, no sólo con la lucha por el matrimonio igualitario, sino con luchas múltiples por la vida digna y diversa. Por eso seguimos al lado de quienes desobedecen, para transformar el presente celebrando el orgullo construido desde la desobediencia.
La fotografía de portada es de María Verónica Lombeida Saltos, puede seguir su trabajo a través de su pagina personal o su cuenta de Instagram
*Versión ampliada del editorial escrito para el programa radial de Andrés López en 91.7, 27.06.2019