Saharauis, un pueblo digno que sigue escribiendo su historia por la libertad
Fotografías: Dounia Sadaoui | Texto: Mario Fanjul
Mochila en hombro y cámara en mano llegó a la que llaman el Protocolo, esa especie de zona de espera a las puertas de la historia saharaui. Unas horas antes, había aterrizado en Argel. No era la primera vez que visitaba su tierra paterna, pero, en aquella ocasión, los ighna[1] la empujaban más allá de la frontera, uno de tantos límites absurdos que alguien consideró dibujar en un mapa. La emoción y el sol de verano hacían hervir la sangre de quien se había criado con historias de desiertos y revoluciones. Todo era extraño pero familiar al mismo tiempo. Y allá estaba, con los pies en la tierra de un pueblo digno.
La región de la Saguía el Hamra y el Río de Oro[2] ya no son las de noviembre de 1975. Aquellas fueron épocas de dictadores agonizantes, de afanes de independencia y de codicia sin límites. De esas historias, no tan diferentes a las actuales, en las que los territorios eran repartidos a gusto del más poderoso, y las que las (malas) soluciones temporales acabaron convirtiéndose en eternas. Así fue como el pueblo saharaui vio su territorio invadido, siendo expulsado a otras tierras. Los años pasaron, los colonizadores cambiaron de cara, pero la impunidad y la injusticia siguieron escribiendo el guion de la historia. El tiempo pasó y, con la dignidad que da el desierto, en aquel territorio invadido se cultivaron más de 46 años de lucha por su independencia y autodeterminación. Más de cuatro décadas en las que las y los saharauis no cedieron en su empeño para que el derecho y los tratados internacionales les devuelvan su libertad.
Llegar a los campamentos saharauis de Tindouf es como abrir un libro de historia. Los últimos capítulos de una historia clásica de colonización africana, los últimos coletazos del imperio español. Los primeros capítulos de nuevas formas de control en los que la liberté y el free market mostraron su peor cara en esa parte del mundo. Una nueva historia de dominación y complicidad, intentando jugar con el derecho internacional como quien juega con una pelota vieja. Una historia en la que las minas de fosfato y las zonas de pesca marcaron el destino de un pueblo invadido por uno de sus hermanos árabes.
Después de su paso por El Protocolo, los brazos se abrieron para recibir a la recién llegada. Tras las primeras tazas de té y los saludos a toda la familia (incluso a quien aún no se conoce) comenzó la conversación. Algunas palabras en español cayeron entre los recuerdos en hassaniyya[3]. Las palabras rebotaban en el techo de la jayma[4], casi invitando a ser una más de aquel pueblo soberano. Hablaban de aquel noviembre del 75, de la victoria ante Mauritania, de la solidaridad argelina. Hablaban de la falta de agua en los campamentos, de los familiares al otro lado de la frontera, de los campos minados. Hablaban de la solidaridad internacional y de sueños, de sufrimientos y de anhelos.
Militantes, periodistas, familiares de personas desaparecidas, defensoras y defensores de derechos humanos fueron compartiendo su historia de resistencia. Unas veces en ese castellano conservado desde hace años entre las dunas. Otras veces en su propia lengua, traducida por Hafdala, aquel comprometido representante de un pueblo digno que cruzó el océano para representar a la República Árabe Saharaui Democrática lejos del desierto. Aquel diplomático que no tuvo problema en convertirse en traductor, chofer, guía y confesor de aquella fotógrafa argelina, francesa y ecuatoriana de adopción. Aquel militante que renunció a parte de su breve tiempo de visita familiar para continuar sirviendo a la lucha saharaui.
En las tierras de lucha las sonrisas son la mejor de las armas. Corriendo tras un coche, escondidas en una esquina, compartiendo un caramelo a la sombra de un muro de piedra. La niñez saharaui es la mejor representación de la esperanza. Cada verano visitan otras tierras compartiendo vida y alegrías, contagiando revolución, sembrando solidaridad. Y al regresar a los campamentos, siguen sonriendo, recordando que su lucha no se olvida, que la República Árabe Saharaui Democrática será un día libre y soberana.
Son muchas las mujeres involucradas en el Frente Polisario[5], integradas en múltiples responsabilidades políticas, sociales y militares. Constructoras de la igualdad y defensoras de la justicia, las saharauis han estado comprometidas con la lucha de su pueblo desde un inicio, proponiendo nuevas formas de lucha y resistencia ante una colonización que también es patriarcal.
En un viejo armario se archivan los documentos que recogen las mil batallas saharauis, las demandas y las actas de las negociaciones. Pero es en las calles, en las plazas, en las casas y en el día a día donde las mujeres transmiten esa memoria viva, que tal vez aún no está escrita, sobre la dignidad de un pueblo.
Fueron pocos días, pero suficientes para dejarse tocar por la historia de ese pueblo hijo de las nubes[6]. Al regresar, la indignación corría por esa sangre empujada por un corazón contagiado de dignidad y rebeldía. Pasaron muchos meses para volver a revisar aquellas fotografías. Tal vez algunas historias necesitan un tiempo para volver a ser contadas. O tal vez sea cierto que, algunas veces, el harmattan[7] no deja ver el horizonte. Pero, tras cruzar otros desiertos, en cada una de las imágenes puede verse un pueblo digno que sigue luchando por la libertad y el derecho a escribir su propia historia.
El 6 de noviembre de 1975 el Gobierno Marroquí, aprovechando la inestabilidad española por el grave estado de salud del dictador Francisco Franco, traspasó la frontera internacionalmente reconocida del Sáhara Occidental. El 14 de noviembre, España, Marruecos y Mauritania firman un acuerdo para establecer una administración temporal del territorio saharaui hasta la celebración de un referéndum. Pese a que la validez legal de dicha declaración ha sido cuestionada por Naciones Unidas, Marruecos incumplió el acuerdo extendiendo su control por territorio saharaui. Desde entonces, la República Árabe Saharaui Democrática se mantiene firme en su lucha por la independencia. Más de medio millón de saharauis resisten la ocupación, la exclusión y la marginalidad mientras esperan una respuesta firme por parte de la comunidad internacional.
Este artículo y este reportaje fotográfico no hubiera sido posible sin el apoyo de la Embajada en Ecuador de la República Árabe Saharaui Democrática ni sin la participación de entidades como la Unión Nacional de Mujeres Saharauis, (UNMS), la Comisión Nacional Saharaui de Derechos Humanos (CONASAH), la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (AFAPREDESA), el Frente Polisario, la Unión de Periodistas y Escritores saharauis (UPES), el Ministerio de Juventud y Deporte… y, por supuesto, de las familias saharauis que acogieron a la fotorreportera durante su visita.
[1]Cantos árabes para referirse a historias.
[2]Nombre de las dos territorios que formaban la antigua provincia española (antes de 1969, colonia) del Sahara español.
[3]Dialecto árabe hablado en la región desértica del suroeste del Magreb.
[4]Carpa tradicional saharaui donde se realiza la vida comunitaria.
[5]El Frente Polisario es la principal organización político-militar que trabaja por el fin de la ocupación del Sáhara Occidental.
[6]Por su nomadismo basado en el viento, al pueblo saharaui se le conoce como “hijo de las nubes”.
[7]Viento alisio de África Occidental frío, seco y polvoriento. Sopla al sur del Sáhara hacia el golfo de Guinea entre el fin de noviembre y mitad de marzo.