La desaparición en el Ecuador es un problema que intenta esconderse en el silencio de procesos inconclusos, pero que “su voz” está presente en cada retrato de esas personas a las cuales la tierra no se las tragó, sino, que alguien las desapareció.
La última vez que se supo de Juliana Campoverde fue el 7 de julio de 2012, desde entonces su familia empezó su búsqueda en la ciudad de Quito, Ecuador…¡SIETE AÑOS DESPUÉS! … el Tribunal de Garantías Penales de Pichincha condenó a 25 años de cárcel al pastor evangélico Jonathan C., quien fue procesado por secuestro extorsivo y muerte. La madre de la joven, Elizabeth Rodríguez, lo anunció desde un comienzo, pero fue ignorada. “Desde el inicio les dije que hay un sospechoso, pero no hicieron caso a mis peticiones. Recién se logra una sentencia; si los fiscales y los agentes investigadores hubiesen actuado diligentemente, Juliana estaría conmigo, pero sigue desaparecida”.
¿Por qué pasar esto por desapercibido?. La Fiscalía conocía que el individuo “le exigía a la chica que le consultara o solicitara permiso para salir al cine, para irse de vacaciones con su padre, para salir con algún amigo, y hasta tener relaciones de amistad o de pareja”. “Si no lo hacía era castigada y separada del coro de jóvenes de la iglesia, que manejaba el sentenciado”. En el caso, un testigo reveló que Juliana “recibió presiones para que no estudiara en el exterior y contrajera matrimonio con el hermano del pastor condenado”. Jhonatan C. le habría dicho a Juliana que “a través de un sueño, Dios le reveló que debía casarse con su hermano”.
En una entrevista con Diario El Comercio, el que entonces era sospechoso dijo en su defensa que “han pasado 12 fiscales, nos han investigado, somos gente de bien y aquí estamos”. Los detalles sobre el caso son extensos, pero nos referiremos a las declaraciones señaladas, para respaldar la postura de la jueza Sara Costales, quien señaló que los casos de mujeres desaparecidas deben ser analizados desde un enfoque de género.
El excesivo tiempo que se tomaron las autoridades para intentar determinar responsabilidades penales en este caso preocupa, pues refleja la naturalización y normalización de la violencia psicológica y física cometida contra Juliana, detalles importantes no son tomados en cuenta, los mismos muestran el machismo ejercido sobre el cuerpo y la vida de Juliana.
El estudio realizado por el Consejo Nacional para la Igualdad de Género en el año 2014 estableció en su análisis que “tradicionalmente, por su pertenencia de género a los hombres se les ha asignado el rol de protectores y proveedores –¿dueños?– de las mujeres, quienes a su vez debían sumisión y obediencia a los hombres a su cargo”. La subordinación y el tutelaje religioso a los que fue sometida Juliana Campoverde responden a un problema estructural en donde es común aceptar convenciones socioculturales sexistas que son naturalizadas, asuntos que el feminismo los ha criticado históricamente.
La desaparición de Juliana refleja que instituciones como la Iglesia y el Estado reflejan y legitiman la dominación que el hombre ejerce sobre la mujer al querer controlarla en lo que hace, dice y piensa. Juliana Campoverde fue violentada psicológicamente, el pastor controlaba su vida y cuando ella se resistió a seguir con esto, la violencia se materializó en su cuerpo, desapareciéndolo como castigo por desobedecer.
Elizabeth contó al equipo de La Tecla-R que el caso pasó por cuatro abogados y que cuando una mujer asumió la defensa, por fin empezaron a existir resultados: “Tuvieron que pasar años” para que tras la gestión de una abogada se realice la reconstrucción de los hechos. Para ella es necesario que en esta y en otras investigaciones exista una mirada de género para afrontar la justicia, una justicia que desde la recopilación de evidencias normaliza compartimentos y acciones amenazantes, autoritarios que son asumidos como normales y que amenazan las vidas de las mujeres. Es fundamental que en la defensa y el proceso judicial se desnaturalice dichos patrones , que llevan a tomar decisiones injustas, cegadas y machistas.
La perspectiva de género en primer lugar permite reconocer una problemática existente, en este caso evidencia la violencia, indica que los comportamientos naturalizados del pastor no deben ser aceptados, que estas observaciones deben ser tomadas en cuenta en las investigaciones. Según Marcela Legarde “La perspectiva de género está basada en otra apreciación de los mismos temas, en otros valores y en otro sentido ético, choca y se confronta con las convicciones más acendradas en las personas, con sus dogmas, sus lealtades y sentido del deber y de lo posible”.
El acusado quien se ha burlado de las autoridades y la familia al mentir sobre el sitio donde la enterró se acogió al silencio y se niega a decir donde está Juliana, dónde está su cuerpo. Bajo esta figura legal permanece callado, guardando ese silencio que legitima la violencia, ahondando el dolor de quienes no se cansan de buscar a Juliana.
La desaparición de las mujeres debe ser analizada en los entornos de violencia a los que estaba expuesta cada víctima, no criminalizándola, no culpándola, no responsabilizándola, sino, investigando las reales causas como son el machismo, el dominio de su cuerpo para usarlo, para poseerlo, para asesinarlo, para desaparecerlo. NI UNA MENOS.