Las infinitas barreras al retorno
Fotografías: Juan Diego Montenegro | David Gustafsson | Josep Vecino
Un día más la tensión, la impotencia y la resignación envuelve a la embajada de Venezuela en Quito. El cansancio se palpa en los rostros de los migrantes venezolanos, que exigen una respuesta por parte de las autoridades de su país para poder retornar a Venezuela, debido a que la pandemia los excluyó de toda posibilidad de trabajar y subsistir en los países andinos y del Cono Sur, de donde muchos llegan caminando.
Ayer se presentaron en las puertas de la embajada, donde los migrantes acampan y aguardan ayuda, algunos funcionarios venezolanos. Sin embargo, después de unos pocos minutos de conversación en los que no llegaron a ningún tipo de compromiso, y con la excusa de resguardarse de un fuerte aguacero que empezaba a caer en esos momentos, se escabulleron, dejando otra vez sin respuestas a los numerosos migrantes que desde hace días se encuentran en situación de calle.
Último día.
Finalmente hoy, luego de un mes de espera, llegó el desalojo sin ninguna respuesta del gobierno ni de la embajada. En forma de “ayuda” les ofrecieron un autobús para trasladarlos a un albergue situado en La Mitad Del Mundo, en el que no hay garantías de seguridad, ni un ambiente adecuado para familias con niños/as y adolescentes.
Una parte de ellos, un poco por cansancio y tal vez por esperanza, decidió aceptar la propuesta de la embajada. La otra parte, ante las advertencias de otros compañeros que ya habían pasado por el albergue, decidieron seguir a pie el camino de retorno, algunos pocos consiguieron otros lugares donde pasar algunos días, al menos al resguardo de la lluvia y el frío.
Por lo pronto, se cierra esta pequeña puerta que había supuesto el anuncio de los vuelos humanitarios, también esa “estación migratoria” en la que se había convertido las puertas de la embajada, dejando al desnudo el cansancio de cientos de personas abandonadas a su suerte, en medio de una pandemia global, y lejos de lo que alguna vez fue su hogar.
Texto David Gustafsson